Conozco tu plan, de hecho es conocido por todos [o, ¿debería decir por todas?]
Lo conozco tanto – o tan poco- como te conozco a ti, lo dejo en tus manos por una vez.
Qué cabrón. Vienes disfrazado con tus gafas, con tu sonrisa y con esos labios…, con tu nuez bailarina, con tus manos. Y esperas que tarde cero coma dos segundos en rendirme ante ti.
No sabes lo que me cuesta no hacerlo.
Y cuando nos vemos, no tienes otra intención que autoretenerte en mi sistema límbico, paseas con tranquilidad pasmosa por mi territorio, haciéndolo tuyo. Y sonríes con superioridad cuando vuelves la vista hacia atrás.
Siempre esperando a que yo dé el primer paso.
Todo lo que te interesa es permanecer. Hacerme recordar(te) a cada paso, a cada vistazo a mi alrededor… qué cabrón.
¿Y qué esperas? Que camine tras de ti (siempre tras de ti) aguantando largas listas de espera por una mirada o un pobre gesto.
Me encanta tu olor, el que me dejas cuando te vas…
¡Joder!, me encantas tú.