26 de febrero de 2009

Cincuentaycinco

Cuando se supone que las asociaciones indebidas han vuelto, se me ha olvidado el texto ensayado mil veces y el apuntador ha salido a comprar dos paquetes de Nobel.

Sola ante el peligro. El tuyo y el mío.

La normalización es fácil cuando las cosas están claras. No hace daño, es un trámite inocuo que tiene mucha utilidad. Las cosas son cada vez más fáciles. Todo está en orden para el segundo bis de la historia. La gente lo pide a gritos.

Entre botellas de agua y alguna que otra caja de cerillas miro por la ventana, ya opaca por el frío, y pienso en Cafelito, el gato callejero al que alimento a base de tazones de leche con azúcar, chocolate, cereales, mazapán del año anterior y miradas esquivas.

La terapia funciona. La tuya, quiero decir. La de los gatos va tan mal como siempre.

Si esto es lo que se siente cuando se vuelve a respirar sin que estés en mi ático coronario, debí subirte antes el alquiler.

3 de febrero de 2009

Lo emocional


Es una mierda, ya te lo digo yo si es que no lo sabes aún o dudas a estas alturas.


Te hace decir cosas inútiles, te hace hablar con una voz prestada, te hace pensar en monopolizar, en cosas individuales que ya jamás necesitarás, te hace sonreír cuando eres una desgracia humana.


Hace negro lo blanco y te deja con cara de gilipollas. Te hace probar cosas que antes no te gustaban. Te humilla para pedirte perdón más tarde. Te hace falta.


No sirve para nada. Es como eso que compraste alguna vez sin necesitarlo, es como esperar una cola que te lleva a ninguna parte. Es como ir de rebajas: todo el mundo busca la ganga y se prueban cosas de nueva temporada.


“Si cuesta más de veinte no me lo llevo”

“Veintenuevenoventaycinco, señora”.



Puedes perjurar que nunca vas a caer, que tú solita llevas sobreviviendo no sé cuántos años ya, y que, aunque te parezca una mierda, así es como quieres vivir realmente. No puedes estar más equivocada.


Las perlas no están hechas para los cerdos y él no estará esperando el momento exacto para enamorarse de ti.


Y sí, claro que tiene su parte positiva. Está ahí para hacerte sentir, que no es poco. Y tampoco es que sea una delicia –sentir eso, quiero decir- , pero es lo que hay.


Hace que te apetezcan cosas como sudar con un desconocido, o hacerle sudar, y que al despertarse te abrace desde atrás y te diga “Ana, eres increíble” y tú sonrías pensando “¿Quién es Ana, gilipollas?”

[Con la de tiempo que invertiste en pensar cómo te llamarías esa noche…]


Es lo que te hace esperar para que todos los demás sean capaces de descubrir que, en realidad, eres maravillosa y que eso es realmente lo que cuenta. Eso y el par de tetas que asoman.

Te hace escuchar buena música, porque, no te voy a engañar, me apetece muchísimo follar escuchando a Russian Red hablar de tus gafas.