La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado. Era normal cuando durante una discusión se producía un apagón, al volver es como si no se recordara nada, como si esa oscuridad momentánea hubiera borrado todo lo que estaba pasando antes. Es como cuando se apaga el ordenador sin avisar y no guardas lo que estabas haciendo, que hay veces que hay suerte y otras que no, y te quedas mirando la pantalla esperando que aparezca la ventana de recuperación de datos.
En este caso, la recuperación de datos hubiera sido nefasta.
Cuando la discusión estaba en el punto más alto, la oscuridad vino y trajo consigo al silencio mudo.
Cada uno calló, rememorando lo que había pasado hacia solo unos segundos.
María llegó a casa después del trabajo y lo encontró a él, mirando la televisión, como siempre, el teléfono a su izquierda y el mando en su mano derecha, con esos pantalones que le hacían recordar a su padre los fines de semana.
Pedro había escuchado cerrarse la puerta del portal y alargó ese minuto y medio cronometrado que María tardaba en subir las escaleras para seguir al teléfono con Claudia. Odiaba cuando tenía que colgar tan rápido, sin poder despedirse de ella despacito, sin prisa.
Los besos se habían olvidado incluso antes de que Claudia entrara en sus vidas. El sexo se había convertido en casi una obligación de los domingos por la mañana. Y las llamadas de teléfono ‘porque sí’ hacía tiempo que no encontraban línea.
Los dos lo sabían. Todo había terminado, pero la costumbre y la falta de ganas de comenzar de cero habían acampado a sus anchas.
Cuando la luz volvió se encontraron mirándose, ambos con la misma expresión de perdedores. Habían apostado mucho y habían perdido más.
No hubo palabras, la insípida discusión por no haber hecho la compra quedó a la deriva, un suspiro fue la antesala del beso en la mejilla que cerró de nuevo las puertas a una huída desesperada.
- Voy a darme una ducha, estoy cansada
- Yo voy a pedir una pizza.
Y volvió a marcar el número de Claudia.
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